Los miedos del ser.

    A pocos días de poder oscultar un nuevo pueblo, me asaltan las dudas de poder ser libre y un pasmoso miedo a exigir mi libre expresión en una pequeña ciudad al noroeste del Sáhara Occidental.
    A los que estén algo puestos en geografía, sabrán que me estoy refiriendo al antiguo enclave militar español bautizado con el nombre de El Aaiún, también conocido como Laâyoune, en francés, por la afluencia de este idioma.
    Hacía alusión a mi calidad de libre porque el pueblo saharaui ha sido reprimido y hostigado desde la anexión, por la fuerza, del gobierno marroquí en 1976, instalando un estado policial en la zona y acallando muchos ideales a base de golpes y frecuentes torturas, así como la persecución hasta la extenuidad y el destierro de la gran mayoría de saharauis a zonas fronterizas de Argelia, donde se asentaron formando campos de refugiados que, hoy en día, malviven hacinados como ganado.
    Por otra parte, la ONU ha invertido más de 600 millones de euros en los 14 años de estancia de los soldados de la Minurso en El Sáhara Occidental. En la actualidad, el número de efectivos es inferior a 400 y la mayoría no patrulla ni las calles. Casi un centenar se ha casado con saharauis y viven en hoteles, con lo cual, muy poca o ninguna garantía me ofrecen por mi seguridad. Sigo insistiendo en ello porque mi objetivo es realizar un reportaje fotográfico amateur. Aclaro que no tengo nada que ver con el fotoperiodismo ni con ninguna agencia de noticias. Tampoco pretendo inmortalizar la verdad que allí sucede; tan solo pretendo realizar u trabajo para mi enriquecimiento personal, con otros objetivos. Pero sé de buena manera que las calles andan repletas de vigilancia militar y policial, a quien los oriundos denominan croatas, por los cuadrados rojos y blancos que portan en la base de sus gorras, así como otros policías vestidos de paisano.
    Muchos periodistas han sido víctimas de detenciones ilegales, confiscándoseles el material fotográfico, siendo acusados de graves delitos e incluso encarcelados por largos períodos de tiempo. Observadores de la ONU y políticos enviados a la zona han corrido mejor suerte: se les ha denegado la entrada al país, ni bajar del avión, vamos.
    Obviamente, yo quiero poner pie en tierra con mi pequeño equipo profesional (no voy a llevar una pequeña cámara compacta; para eso me compro una postal en la tienda de souvenirs del aeropuerto) sin que nadie me aborde ni me acusen de desacato a la langosta de agua dulce; chorradas. Espero que sepan cuidar en medida al turismo.
    Y si no vuelvo por aquí, sería de agradecer que me enviasen, queridos lectores, una pieza de jabugo, para mis largas noches de encarcelamiento.
    Saludos de Neptuno.

    PD: Espero no sea de especial aburrimiento mi primera intervención.

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