SEMANA SANTA

    Se acabó la época de cuaresma y comenzamos la Semana Santa el viernes de concilio. Para mí estas fechas tienen un significado muy especial. Crecí en medio de una familia muy devota y con mucha tradición. Desde muy niña esta semana fue siempre de respeto, un momento para acompañar a Jesús en su via crusis hasta el momento solemne de su resurrección; un espacio para la oración, la meditación, el arrepentimiento y la renovación del espíritu.


    Recuerdo que nos quedábamos todos en casa de la abuela, en Santa Lucía del Tuy, estado Miranda, y nos organizábamos para ir juntos a la misa y a la procesión. Por lo general las misas se realizaban por las mañanas y las procesiones por las noches. Una de mis cinco tías compraba unas velas amarillas muy largas, que portaban una especie de farolillo de papel blanco con un listón grabado color púrpura, cuya misión era contener la cera derretida que resbalaba desde la mecha, para evitar quemaduras en las manos. Compraba suficientes para todos. Yo apreciaba aquel gesto, aunque por lo general nunca alcanzaba una sola vela para toda la semana. Mi abuelita siempre tenía guardadas unas velas blancas de menor tamaño, que hacían el trabajo de “alumbrar” lo que quedaba de la semana, eso sí, como no tenían farol, había que agarrarlas de manera tal que la cera nunca alcanzara tus manos (aunque confieso que en medio del gentío llegué a ver personas cuyas manos estaban cubiertas de montañas de cera, pienso que era una especie de penitencia).


    Todos los años repasábamos la lección de lo que se celebraba cada día, su historia y los correspondientes santos que “alumbraríamos” en la procesión cada noche. Era fija la imagen de la Dolorosa, la Virgen María con su manto negro, con la cara demacrada y llorosa, con su hermosa corona de oro. Aquellas figuras me parecían enormes y muy pesadas; las mismas eran cargadas por muchos hombres: Jesús en el monte de los olivos, Jesús de Nazareno, Jesús crucificado, Jesús en el sepulcro… Estas imágenes salían de la iglesia y eran seguidas por una orquesta que tocaba música fúnebre, y la gente del pueblo con sus velitas encendidas en las manos; era un espectáculo maravilloso. Todas las procesiones se realizaban alrededor de la plaza, a excepción de la del Nazareno que daba la vuelta al pueblo entero: salía de la iglesia y llegaba al cementerio. Luego regresaba a la iglesia, recuerdo que ésta en particular nunca la hice completa.


    La abuela era muy severa con las restricciones, me refiero a los ayunos y a las abstinencias. Nos absteníamos de comer carne jueves, viernes y sábado, con ayuno el viernes santo… pero el domingo de resurrección nos servía un banquete que finalizaba con un delicioso arroz con coco, en este link la receta: http://www.elplacerdecomer.com/webs/website7/recarrow10.htm
     Esta ritualidad se rompió cuando cumplí los 12 años, pero en mí quedó sembrada la semilla, y aunque desde que murió la abuela no he vuelto más al pueblo (hace ya mucho tiempo), la Semana Santa para mí no ha perdido su significado, a veces me pregunto si aún sigue siendo igual.

     
    Que estos días sean para todos de paz y unión,
    Martina

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